29.6.10

El tiempo

Y acá la pobre Betty tomándose el "tiempo", y no sé que con qué tomármelo, si acompañarlo con ansiolíticos o antidepresivos... Yo tampoco soy de las que creen en tomarse un tiempo, genera miedos, inseguridades, siempre creí que los tiempos eran nada más que para dilatar una decisión inevitable. Pero realmente en estos momentos no lo sé...
Extraño a Oliverio. Muero de ganas por llamarlo constatemente, miro el teléfono una y otra vez para ver si él llama, reviso mis mails compulsivamente; pero nada, no sé nada de él desde hace días. Lo peor de todo es que no recuerdo cómo era estar conmigo misma, qué es lo que necesito en mi vida, qué es lo que quiero de ella.
Así ando, mucho trabajo, sin dinero, sin él, crudo invierno. Estará pensando en mí ?, qué importa después de todo!.
Tiempo, tiempo, con qué me lo tomo?
Dónde encontrar las respuestas si no me encuentro a mí misma?....
Qué dilema Betty, a veces el amor apesta...

26.6.10

"Cuando un hombre que está vivo te hace llorar, hay que dejarlo. Sólo se llora por los amantes muertos".
Clara Obligado

De tiempos, peluches y el pequeño pony...

No puedo dormir. Tarde de sábado triste. Discusión y "tiempo" son dos cócteles que no se mezclan. Pero hoy los mezclamos con Oliverio, y la lluvia se hizo más intensa; y a cada paso que me alejaba sentía que eran millones y millones de kilómetros de distancia.


Me puse a pensar en la desilusión. Entonces llegué a casa, y me acordé de una vez cuando era todavía muy pequeña, tendría tal vez seis años.
Anhelaba de corazón que mi papá me regalara un "pequeño pony", de esos con la cabellera rosa o amarilla, con olor a chicle. Le había visto uno a mi mejor amiga y no había nada que anhelara más en el mundo que un hermoso pequeño pony para mi regalo por el día de Reyes. Y cuando llegó aquel día, mi corazón lo sentía, estaba alegre iba a recibir lo que tanto había esperado. Ví a mi papá llegar con una caja enorme, en mi mente pensé que los muñequitos estos no vienen en cajas tan enormes aunque no le dí mucha importancia. Rompí el envoltorio desesperada y para decepción y sorpresa mía, no era un Pequeño Pony, era un enorme perro blanco de peluche. No podía creerlo!!, miraba al perro con sus ojos negros de plástico y sus orejas largas y me daban ganas de llorar. Un perro blanco enorme, absurdo, monstruoso para sentarlo al lado de mis muñecas barbies. Un perro con el que no podía dormir ni jugar, y mucho menos peinar.
Sólo hoy puedo entender que mi papá, bastante mayor ya en aquella época jamás supo ni intentó adivinar qué mierda era un Pequeño Pony, él sólo agarró lo más grande que encontró a su paso en la juguetería más cercana.

Un recuerdo tan inocente como éste fue el inicio de toda una serie de abismos comunicacionales con hombres. Por qué siempre que pedí  un "Pequeños Pony" recibí a cambio  un enorme perro de peluche?, por qué cuesta tanto el entendimiento y la comprensión? por qué tuve que contentarme con el perro blanco de peluche si no era lo que quería y deseaba?.... aquella vez entendí, que muchas veces por más que uno desee algo puede no ser suficiente.

Y hoy entiendo, que, aunque no lo sea nunca hay que dejar de desearlo. Le tomé cariño al perro, lo nombré "Pupi", participó en las bodas de mis barbies y en todos los eventos que fuesen obviamente al aire libre ya que debido a su tamaño no entraba en la casita de muñecas.
Años después, cuando mi papá murió encontré a Pupi tirado en un rincón de mi cuarto, tenía una de sus orejas descosidas y el color estaba amarillento. Le pedí a mi mamá que lo meta en el lavarropas, una vez limpio lo puse en un lugar privilegiado en mi cama. Cuando crecí un poco más descubrí que no era tan grande como parecía y que ahora sí podía dormir con él.

En las relaciones también ponemos una cantidad de promesas, expectativas, como si de alguna manera siempre lo que está por venir es lo que nos va a salvar. Esa presión y ese peso cae con más fuerza cuando los resultados no son los esperados.
Hoy estaba más que lejos de Oliverio, y no era la lluvia, no eran los perros blancos de ojos plasticosos, éramos nosotros hablando en lenguas desconocidas, él en un idioma y yo en otro. Y sentí aquella sensación, esa sensación de querer un pequeño pony y tener un perro de peluche.Aunque yo no necesitara más que un perro de peluche para ser feliz.
Ahí estábamos cada cual muerto de amor en su propia isla. Hablamos de tiempos. Tiempo de qué? no tengo idea, de reconciliación, de iluminación, de lo que sea. Me gustaría entender, meterme en su cabeza y saber qué es lo que siente, o mejor dicho, me gustaría entenderme.
Y esa es la receta por la cual una termina sola viendo una película mala, comiendo chocolates, un sábado a la noche. Cuando termine la película probablemente buscaré en google nombre de gente conocida para ver qué encuentro, o perderé tiempo viendo fotos de gente que no me interesa en lo más mínimo; hasta que me agarre sueño y dormir sola sea simplemente una cuestión de elección.

Después de todo, nunca tuve un Pequeño Pony, digo no tuve una vida convencional, no pido que él entienda todo pero probablemente nunca entienda ésto: Soy de las que se criaron jugando con un perro blanco de peluche.

24.6.10

Queriendo ser dos...

"Hace unos 15 millones de años, según dicen los entendidos, un huevo incandescente estalló en medio de la nada y dio nacimiento a los cielos y a las estrellas y a los mundos.
Hace unos 4 mil o 4 mil 500 millones de años, años más años menos, la primera célula bebió el caldo del mar, y le gustó, y se duplicó para tener a quien convidar el trago.
Hace unos dos millones de años, la mujer y el hombre, casi monos, se irguieron sobre sus patas y alzaron los brazos y se entraron, y por primera vez tuvieron la alegría y el pánico de verse, cara a cara, mientras estaban en eso.
Hace unos 450 mil años, la mujer y el hombre frotaron dos piedras y encendieron el primer fuego, que los ayudó a defenderse del invierno.
Hace unos 300 mil años, la mujer y el hombre se dijeron las primeras palabras y creyeron que podían entenderse.
Y en eso estamos, todavía: queriendo ser dos, muertos de miedo, muertos de frío, buscando palabras..."

Eduardo Galeano

De Mujeres de Ojos Grandes...


La tía Daniela se enamoró como se enamoran siempre las mujeres inteligentes: como una idiota. Lo Había visto llegar una mañana, caminando con los hombros erguidos sobre un paso sereno y había pensado: "Este hombre se cree Dios". Pero al rato de oírlo decir historias sobre mundos desconocidos y pasiones extrañas, se enamoró de él y de sus brazos como si desde niña no hablara latín, no supiera lógica, ni hubiera sorprendido a media ciudad copiando los juegos de Góngora y Sor Juana como quien responde a una canción en el recreo.
Era tan sabia que ningún hombre quería meterse con ella, por más que tuviera los ojos de miel y una boca brillante, por más que su cuerpo acariciara la imaginación despertando las ganas de mirarlo desnudo, por más que fuera hermosa como la virgen del Rosario. Daba temor quererla porque algo había en su inteligencia que sugería siempre un desprecio por el sexo opuesto y sus confusiones.
Pero aquel hombre que no sabía nada de ella y sus libros, se le acercó como a cualquiera. Entonces la tía Daniela lo dotó de una inteligencia deslumbrante, una virtud de ángel y un talento de artista. Su cabeza lo miró de tantos modos que en doce días creyó conocer a cien hombres.
Lo quiso convencida de que Dios puede andar entre mortales, entregada hasta las uñas a los deseos y las ocurrencias de un tipo que nunca llegó para quedarse y jamás entendió uno solo de todos los poemas que Daniela quiso leerle para explicar su amor.
Un día, así como había llegado, se fue sin despedir siquiera. Y no hubo entonces en la redonda inteligencia de la tía Daniela un solo atisbo de entender qué había pasado.
Hipnotizada por un dolor sin nombre ni destino se volvió la más tonta de las tontas. Perderlo fue una larga pena como el insomnio, una vejez de siglos, el infierno.
Por unos días de luz, por un indicio, por los ojos de hierro y súplica que le prestó una noche, la tía Daniela enterró las ganas de estar viva y fue perdiendo el brillo de la piel, la fuerza de las piernas, la intensidad de la frente y las entrañas.
Se quedó casi ciega en tres meses, una joroba le creció en la espalda, y algo le sucedió a su termostato que a pesar de andar hasta en el rayo del sol con abrigo y calcetines, tiritaba de frío como si viviera en el centro mismo del invierno. La sacaban al aire como a un canario. Cerca le ponían fruta y galletas para que picoteara, pero su madre se llevaba las cosas intactas mientras ella seguía muda a pesar de los esfuerzos que todo el mundo hacía por distraerla.
Al principio la invitaban a la calle para ver si mirando las palomas o viendo ir y venir a la gente, algo de ella volvía a dar muestras de apego a la vida. Trataron todo. Su madre se la llevó de viaje a España y la hizo entrar y salir de todos los tablados sevillanos sin obtener de ella más que una lágrima la noche que el cantador estuvo alegre. A la mañana siguiente le puso un telegrama a su marido diciendo: "Empieza a mejorar, ha llorado un segundo". Se había vuelto un árbol seco, iba para donde la llevaran y en cuanto podía se dejaba caer en la cama como si hubiera trabajado veinticuatro horas recogiendo algodón. Por fin las fuerzas no le alcanzaron más que para echarse en una silla y decirle a su madre: "Te lo ruego, vámonos a casa".
Cuando volvieron, la tía Daniela apenas podía caminar y desde entonces no quiso levantarse. Tampoco quería bañarse, ni peinarse, ni hacer pipí. Una mañana no pudo siquiera abrir los ojos.
-¡Está muerta! - oyó decir a su alrededor y no encontró las fuerzas para negarlo.
Alguien le sugirió a su madre que ese comportamiento era un chantaje, un modo de vengarse en los otros, una pose de niña consentida que si de repente perdiera la tranquilidad de la casa y la comida segura, se las arreglaría para mejorar de un día para el otro. Su madre hizo el esfuerzo de abandonarla en el quicio de la puerta de la Catedral.
La dejaron ahí una noche con la esperanza de verla regresar al día siguiente, hambrienta y furiosa, como había sido alguna vez. A la tercera noche la recogieron de la puerta de la Catedral con pulmonía y la llevaron al hospital entre lágrimas de toda la familia.
Ahí fue a visitarla su amiga Elidé, una joven de piel brillante que hablaba sin tregua y que decía saber las curas del mal de amores. Pidió que la dejaran hacerse cargo del alma y del estómago de aquella náufraga. Era una creatura alegre y ávida. La oyeron opinar. Según ella el error en el tratamiento de su inteligente amiga estaba en los consejos de que olvidara. Olvidar era un asunto imposible. Lo que había que hacer era encauzarle los recuerdos, para que no la mataran, para que la obligaran a seguir viva.
Los padres oyeron hablar a la muchacha con la misma indiferencia que ya les provocaba cualquier intento de curar a su hija. Daban por hecho que no serviría de nada y sin embargo lo autorizaban como si no hubieran perdido la esperanza que ya habían perdido.
Las pusieron a dormir en el mismo cuarto. Siempre que alguien pasaba frente a la puerta oía a la incansable voz de Elidé hablando del asunto con la misma obstinación con que un médico vigila a un moribundo. No se callaba. No le daba tregua. Un día y otro, una semana y otra.
-¿Cómo dices que eran sus manos? - preguntaba. Si la tía Daniela no le contestaba, Elidé volvía por otro lado.
-¿Tenía los ojos verdes? ¿Cafés? ¿Grandes?
-Chicos - le contestó la tía Daniela hablando por primera vez en treinta días.
-¿Chicos y turbios?- preguntó la tía Elidé.
- Chicos y fieros - contestó la tía Daniela y volvió a callarse otro mes.
- Seguro que era Leo. Así son los de Leo - decía su amiga sacando un libro de horóscopos para leerle. Decía todos los horrores que pueden caber en un Leo. - De remate, son mentirosos. Pero no tienes que dejarte, tú eres de Tauro. Son fuertes las mujeres de Tauro.
- Mentiras sí que dijo - le contestó Daniela una tarde.
-¿Cuáles? No se te vayan a olvidar. Porque el mundo no es tan grande como para que no demos con él, y entonces le vas a recordar sus palabras. Una por una, las que oíste y las que te hizo decir.
-No quiero humillarme.
-El humillado va a ser él. Si no todo es tan fácil como sembrar palabras y largarse.
-Me iluminaron -defendió la tía Daniela.
- Se te nota iluminada - decía su amiga cuando llegaban a puntos así.
Al tercer mes de hablar y hablar la hizo comer como Dios manda. Ni siquiera se dio cuenta cómo fue. La llevó a una caminata por el jardín. Cargaba una cesta con fruta, queso, pan, mantequilla y té. Extendió un mantel sobre el pasto, sacó las cosas y siguió hablando mientras empezaba a comer sin ofrecerle.
- Le gustaban las uvas - dijo la enferma.
- Entiendo que lo extrañes.
Sí - dijo la enferma acercándose un racimo de uvas -. Besaba regio. Y tenía suave la piel de los hombros y la cintura.
-¿Cómo tenía? Ya sabes - dijo la amiga como si supiera siempre lo que la torturaba.
- No te lo voy a decir - contestó riéndose por primera vez en meses. Luego comió queso y té, pan y mantequilla.
- ¿Rico? - le preguntó Elidé.
- Sí - le contestó la enferma empezando a ser ella.
Una noche bajaron a cenar. La tía Daniela con un vestido nuevo y el pelo brillante y limpio, libre por fin de la trenza polvorosa que no se había peinado en mucho tiempo.
Veinte días después ella y su amiga habían repasado los recuerdos de arriba para abajo hasta convertirlos en trivia. Todo lo que había tratado de olvidar la tía Daniela forzándose a no pensarlo, se le volvió indigno de recuerdo después de repetirlo muchas veces. Castigó su buen juicio oyéndose contar una tras otra las ciento veinte mil tonterías que la había hecho feliz y desgraciada.
- Ya no quiero ni vengarme - le dijo una mañana a Elidé -. Estoy aburridísima del tema.
- ¿Cómo? No te pongas inteligente - dijo Elidé-. Éste ha sido todo el tiempo un asunto de razón menguada. ¿Lo vas convertir en algo lúcido? No lo eches a perder. Nos falta lo mejor. Nos falta buscar al hombre en Europa y África, en Sudamérica y la India, nos falta
encontrarlo y hacer un escándalo que justifique nuestros viajes. Nos falta conocer la galería Pitti, ver Florencia, enamorarnos en Venecia, echar una moneda en la fuente de Trevi. ¿Nos vamos a perseguir a ese hombre que te enamoró como a una imbécil y luego se fue?
Habían planeado viajar por el mundo en busca del culpable y eso de que la venganza ya no fuera trascendente en la cura de su amiga tenía devastada a Elidé. Iban a perderse la India y Marruecos, Bolivia y el Congo, Viena y sobre todo Italia. Nunca pensó que podría convertirla en un ser racional después de haberla visto paralizada y casi loca hacía cuatro meses.
- Tenemos que ir a buscarlo. No te vuelvas inteligente antes de tiempo - le decía.
- Llegó ayer - le contestó la tía Daniela un mediodía.
- ¿Cómo sabes?
- Lo vi. Tocó en el balcón como antes.
- ¿Y qué sentiste?
- Nada.
-¿Y qué te dijo?
- Todo.
- ¿Y qué le contestaste?
- Cerré.
-¿Y ahora? - preguntó la terapista.
- Ahora sí nos vamos a Italia: los ausentes siempre se equivocan.
Y se fueron a Italia por la voz del Dante: "Piovverà dentro a l'alta fantasía."

Angeles Mastretta; Mujeres de ojos grandes.

Mentiras

"Como he dicho, la vida sólo tiene un final cierto. Es posible querer a una persona en el mundo y no vivir con ella ni verla siquiera. El que diga algo distinto es un mentiroso, un sentimental o algo peor. Es posible estar casado, divorciarse, y luego volver a estar juntos y descubrir cosas que nunca te habían interesado y ni siquiera habías entendido en la época anterior, pero que para tu sorpresa ahora te parecen absolutamente perfectas. Déjenme que les diga que la única verdad que nunca puede ser mentira es la vida misma, lo que de verdad ocurre."

El periodista deportivo - Richard Ford

Sobre el amor, la verdad y la mentira...

Aquel día que él me llamó  para pedirme perdón, yo no sabía qué decir. Qué le podía decir, tenía el corazón destrozado. Sólo deseaba irme lejos, dejarlo todo e irme; siempre fui una soñadora y deseé cosas imposibles. Sólo quería ser irresponsable de una buena vez por todas e irme lejos...
Como no pude responderle nada, leí este fragmento de "Sobre héroes y tumbas"... y fue lo más cerca que estuvimos el uno del otro, teléfono por medio, aquel día...
Dice así:


"Y así, cuando Bruno le hablaba del absoluto, Martín preguntaba, por ejemplo, si el amor verdadero no era precisamente uno de esos absolutos; pregunta en la cual la palabra "amor", sin embargo, tenía tanto que ver con la empleada por Kant o Hegel como la palabra "catástrofe" con un descarrilamiento o un terremoto, con sus mutilados y muertos, con sus aullidos y su sangre. Bruno respondía que, a su juicio, la calidad del amor que hay entre dos seres que se quieren cambia de un instante a otro, haciéndose de pronto sublime, bajando luego hasta la trivialidad, convirtiéndose más tarde en algo afectuoso y cómodo, para repentínamente convertirse en un odio trágico o destructivo.
-Porque hay veces en que los amantes no se quieren, o en que uno de ellos no quiere al otro, o lo odia, o lo menosprecia.
Mientras pensaba en aquella frase que una vez le había dicho Jeannette: "L'amour c'est une personne qui souffre et une autre qui s'enmerde." Y recordaba, observador de desdichados como era, aquella pareja un día en la penumbra de un café, en un rincón solitario, el hombre demacrado, sin afeitar, sufriente, leyendo, releyendo por centésima vez una carta -seguramente de ella-, recriminando, poniendo el absurdo papel de testimonio de vaya a saber qué compromisos o promesas; mientras ella, en los momentos en que él se concentraba encarnizadamente en alguna frase de la carta, miraba el reloj y bostezaba.
Y como Martín le preguntó si entre dos seres que se quieren no debe ser todo nítido, todo transparente y edificado sobre la verdad, Bruno respondió que la verdad no se puede decir casi nunca cuando se trata de seres humanos, puesto que sólo sirve para producir dolor, tristeza y destrucción. Agregando que siempre había alentado el proyecto ("pero yo soy nada más que eso: un hombre de puros proyectos", agregó sonriendo con tímido sarcasmo), había alentado el proyecto de escribir una novela o una obra de teatro sobre eso: la historia de un muchacho que se propone decir siempre la verdad, siempre, cueste lo que cueste. Desde luego, siembra la destrucción, el horror y la muerte a su paso. Hasta terminar con su propia destrucción, con su propia muerte.
-Entonces hay que mentir -adujo Martín con amargura.
-Digo que no siempre se puede decir la verdad. En rigor, casi nunca.
-¿Mentiras por omisión?
-Algo de eso -replicó Bruno, observándolo de costado, temeroso de herirlo
-Así que no cree en la verdad.
-Creo que la verdad está bien en las matemáticas, en la química, en la filosofía. No en la vida. En la vida es más importante la ilusión, la imaginación, el deseo, la esperanza. Además, ¿sabemos acaso lo que es la verdad? Si yo le digo que aquel trozo de ventana es azul, digo una verdad. Pero es una verdad parcial, y por lo tanto una especie de mentira. Porque ese trozo de ventana no está solo, está en una casa, en una ciudad, en un paisaje. Está rodeado del gris de ese muro de cemento, del azul claro de este cielo, de aquellas nubes alargadas, de infinitas cosas más. Y si no digo todo, absolutamente todo, estoy mintiendo. Pero decir todo es imposible, aun en este caso de la ventana, de un simple trozo de la realidad física, de la simple realidad física. La realidad es infinita y además infinitamente matizada, y si me olvido de un solo matiz ya estoy mintiendo. Ahora, imagínese lo que es la realidad de los seres humanos, con sus complicaciones y recovecos, contradicciones y además cambiantes. Porque cambia a cada instante que pasa, y lo que éramos hace un momento no lo somos más. ¿Somos, acaso, siempre la misma persona? ¿Tenemos, acaso, siempre los mismos sentimientos? Se puede querer a alguien y de pronto desestimarlo y hasta detestarlo. Y si cuando lo desestimamos cometemos el error de decírselo, eso es una verdad, pero una verdad momentánea, que no será más verdad dentro de una hora o al otro día, o en otras circunstancias. Y en cambio el ser a quien se la decimos creerá que ésa es la verdad, la verdad para siempre y desde siempre. Y se hundirá en la desesperación."

Sobre héroes y tumbas - Ernesto Sabato

Mujeres creando

21.6.10

La verdad respecto a Fernanda

Esta es la verdad respecto a Fernanda. Ella se encuentra en su departamento perfecto con su novio perfecto sumamente enamorada. Se mira todos los días al espejo sin cuestionarse nada, absolutamentemente nada.
Hasta que un día, por accidente el novio perfecto deja ver su cara no tan perfecta, y ella que nunca se conoció tan loca como hasta entonces, desesperó. Fernanda descubrió que cuando ella iba a trabajar, él se encontraba a escondidas con su ex novia. No sólo sino que también se enviaban mails y fotos, y todo lo necesario para sostener la excitación de los momentos que pasaban juntos.
Fernanda se sintió engañada, abusada, herida. Y si bien todos cuentan que fue un accidente, en realidad no lo fue.... Aquella tarde en vez de ir a trabajar decidió seguirlo. Ella estaba fuera sí, completamente loca, lo siguió hasta un hotel de alojamiento y los vió; a los dos felices y sonrientes. Estaba ahí: la verdad. La verdad de todas las verdades diciéndole "esto realmente te está pasando a vos". Así que volvió a su casa, y solo tomó una foto de él .
Salió de la casa, fue a su trabajo, hizo dos carteles, sacó mil fotocopias y volvió a su departamento. Antes de volver a salir, agarró un poco de plata y algo de ropa; tiró kerosene por todo el lugar y encendió un fósforo.
Nadie jamás la vió salir del lugar. La creyeron muerta.
Al día siguiente aparecieron carteles por todo el barrio con la foto de su perfecto novio diciendo "Buscado por masacrar mujeres".
Un día por casualidad me la encontré en un bar donde trabajaba de mesera, estaba más delgada y se había teñido el pelo. Fue allí que me contó la verdadera historia, le pregunté si se arrepentía, me dijo que de lo único que se arrepentía era de que no le haya alcanzado el tiempo para empapelar toda la ciudad; le pregunté si lo perdonó, a lo que respondió que uno perdona pero no olvida.
Fernanda ya no era santa, ni era puta. Sólo una mujer.